del libro Cuentos de Negros
Pasa
–El Dani no está... –susurró
apenas.
Y su voz sonó tan mullida que me pregunté de dónde salía, en realidad me
pareció que sus labios ni siquiera se habían movido. La señora había
entreabierto la puerta apenas hasta el ancho de sus hombros y casi parecía que
sonreía.
No estaba el Dani. El caso es que una vez aclarado eso no me quedaba sino
despedirme. Pero no podía irme, al menos no hasta que ella acabara de mirarme
de arriba abajo, que es precisamente lo que estaba haciendo con toda su parsimonia.
–Va a demorar... –dijo.
Y de algún modo eso pareció resonar directo en mi cabeza o sería que mis
oídos no funcionaban. Me quedé mirando impensadamente hacia adentro: a la luz
suave de una lámpara el piso de la salita se veía de un encerado pulcro, rojo,
reluciente. Ella no se movió pero abrió la puerta imperceptiblemente. Qué
curioso, nunca se me hubiera ocurrido que eso podría producirme un efecto
absorbente, casi de vértigo. Como por reflejo retrocedí.
–Yo le he dado permiso...
Debo haber bajado un escalón y desde allí su falda ya no se veía tan
ajustada en la cintura, o sería la luz del farolito que le hacía sombra
enantes, porque viéndolo bien sus pechos también estaban bastante en su sitio.
–Le has traído chistes...
Me estaba mirando ahora, fijamente. Una chola blanquísima de pelo
largo... no sé por qué pero yo estaba cada vez más incómodo. Las palabras me
llegaban lentas, separadas, como burbujas bajo el agua, aunque esta vez sí la
vi mover los labios.
–¿Y... no se cansan de leer
historietas? El Dani en fin, pero… tú ya eres grande.
Recién noté que yo era ligeramente más alto que ella. No se me ocurría
qué contestar, yo le había ido a dejar los chistes al Dani... Superman, Cuentos de brujas, pero
sobre todo esos que nadie conseguía: Peneca, Mysterix. Bueno, más bien
yo le había prestado a la Soledad y ella me había dado estos. “Le das al Dani –me
dijo–, pero anda a la hora que no está su papá que es policía; hay ratos que el
señor ni para en la casa. Es uno flaco, altazo, que me da miedo, usa pistola,
¿has visto? Y tiene un palo así como de cuero; bien serio es, parece malo,
mejor anda tú y devuélvele. Y no te olvides, me emprestas los que él te preste”.
–Déjamelos nomás... –otra
vez sus palabras deslizándose, sin sonido–, creo que adentro hay más, si quieres me fijo. ¿No pasas...?
No estaba el señor, claro... con razón el Dani se había salido, qué bueno
que su mamá al menos sí le da permiso, debe haberse ido a jugar lejos seguro,
porque no lo veo por acá. A su papá no le gusta que salga pero para nada. Dice
que el otro día que llegó del trabajo y lo encontró afuera, a correazos lo
llevó por toda la calle hasta que entró a su casa, de alma le dio sin importarle,
delante de todos, estaba como loco. ¿Por qué querrá que el Dani esté todo el
tiempo adentro de la casa?
–Ve
Hablaba como al descuido, casi en broma, sin embargo su mirada era más
bien fija, mejor dicho totalmente incisiva. Yo, definitivamente… parece que
cuando uno no sabe qué decir lo único que atina es a sonreír.
–Bueno, ya... está bien... Le
daré al Dani, pues. Chau, pues... Ven cuando quieras...
Apagó el farolito del porche pero no cerró su puerta, se quedó allí,
mirándome. A la contraluz del resplandor interior de la salita más bien parecía
una pintura. Disimulé torpemente una inexplicable necesidad de correr mientras
mis pies se negaban a avanzar; a cada paso por alejarme pesaban más. Cuando
llegué al portón del callejoncito aún seguía ahí.
Por años he vuelto a ver su figura, muchas veces, parada allí,
sonriéndome. A lo lejos recuerdo y creo que aunque me hubiera dado cuenta, de
todos modos no me gustaba.
Pero igual, ¡qué cojudo!
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