lunes, 15 de agosto de 2011
mi tio nicomedes
MI TÍO NICOMEDES
Con frecuencia al momento de conocer a alguien y tener que presentarme he recibido preguntas como: “¿…en¬tonces es Ud. algo de Victoria, de Nicomedes?”.
O “¿En su familia to¬dos son artistas?”. Y otros comenta¬rios por el estilo. Esto por cierto se relaciona con las épocas de popula¬ridad de mis tíos: Victoria tuvo ac¬tividad pública difundiendo el folk¬lore desde 1967 a 1982; Nicome¬des, como poeta fue popular en radio y televisión desde 1958; tal populari¬dad sólo es comparable al éxito alcanzado por Rafael, el menor de los hermanos, a quien en el ambien¬te taurino de los años 50 llamaban “La Maravilla Negra”.
Por eso no es extraño que para el común de las gentes he sido por un buen tiempo, ante todo, el sobri¬no. Y por eso mismo hoy en home¬naje a Nicomedes he creído perti¬nente hablar desde esa posición.
Crecí en la casa grande, al lado de la Mamama, como el único niño en la casa de los mayores, que me consideraron siempre como al menor de todos los hermanos y como a tal me criaron. Así, en mi calidad de sobrino mayor, el primer nieto, tuve el privilegio de conocer desde adentro, de participar en aquel fenómeno cultural que son los Santa Cruz. Condición ésta, no comprendida entonces y que aún hoy, ante la circunstancia de poner-la en palabras, me esfuerzo en ponderar.
Me recuerdo como un niño que tenía un tío singular que con¬taba extraños cuentos que no están en ningún libro; después Nicomedes sería cada vez más alguien a quien admirar; y mucho más tarde aún, un eventual compañero de ruta; eventual, porque en esos días era casi imposible coincidir con él, tan pronto estaba invitado a una actuación pública, como a una reunión de amigos, grabando, ensa¬yando, escribiendo, en fin, y pese a todo, en algunos momentos, al¬guien con quien compartir dudas o esperanzas.
En la historia de la Cultura de nuestro país, la figura colosal de Ni¬comedes es algo que hoy todos podemos distinguir, enorme, tanto por la cantidad de su producción como por la trascendencia de su obra. Pero entonces cada hecho suyo era para mi como la cosa natural que yo veía suceder cada día, mientras él iba -en consecuen¬cia,- transformándose, creándose a si mismo, creciendo ante los ojos regocijados de los demás.
Recuerdo haber visto en más de una ocasión a Nicomedes llegan¬do con un poema nuevo. Pero no recuerdo que entonces su madre –mi abuela– se deshiciera en elogios. Es que así transcurrían las cosas en casa, lo que se hacía se aceptaba, se valoraba, pero no más. Y cada uno hacía algo, en lo profesional, o en alguna afición, o en labores domés-ticas. A veces Victoria distraía va¬rias horas de sus labores de costura para luego aparecer con una minia¬tura, primorosa y recién modelada; por su parte Consuelo probaba recetas siempre nuevas de fina repostería que contrastaban con la cocina tradicional cuyos secretos conoce bien. En cierta fecha espera¬da solía cocinar Octavio
–uno de los mayores–, llegaba con una vianda de su especialidad que todos reco-nocíamos desde lejos. Rafael, que fue un torero de multitudes, había viajado bastante y siempre tenía relatos a la mano, era un conversa¬dor nato, muy entretenido y dis¬puesto a la improvisación, al juego histriónico, habilidad que también tiene Fernando (mi padre) y Rosalina, entre otros. Entonces un día, en lugar de una sobremesa con anécdotas, alguien “ponía” un rit¬mo, así, con los dedos sobre la mesa y al instante siguiente, poco a poco se iba armando un contrapunto general, todos los matices, todos los colores, suavecito, pero tantas combinaciones; todos participába¬mos, y hay que ver como puede sonar una mesa de comedor. No faltaban las conversaciones sazona¬das con chispazos de humor. A propósito de eso, el lápiz de Jorge tenía el apunte expresivo, preciso. Como preciso es cuando hace falta ¬el juicio de César, cuidadoso, hon¬do y siempre constructivo. Porque si cada uno hacía lo suyo de manera casi fácil espontánea, era para mos¬trarlo a los demás y compartir la alegría del hallazgo –grande o pequeño– aún a tiempo de recibir opiniones para un toque final.
Este es el estímulo que los Santa Cruz se dieron unos a otros, que actuó en mí como modelo y es la actitud que, tengo para con mis hijos. Jamás en la casa de los Santa Cruz se forzó la creatividad ni se alentó la búsqueda de niños talen¬tosos. Quizá es por eso que el arte de los Santa Cruz aparece más bien en la edad adulta, pero aparece ya maduro; como si de alguna manera ese algo que se expresa cuando se hace arte hubiera estado desa¬rrollándose, alimentado con el ejer¬cicio de diversos materiales.
Si este quehacer estuvo vincu¬lado a alguna tradición o intuición, no lo sé, pero así fue. Y aunque de todo lo relatado no haya quedado huella sensible, tan interesante me parece que finalmente aquí estoy dando cuenta de ello. Sólo ahora creo entender que uno aprende así a hacer y librarse de inmediato, la cosa creada deja de ser una carga y uno está de nuevo listo para seguir creando.
Con todo, no era frecuente que estuviéramos todos reunidos pues contra lo que pueda pensarse la nuestra no es una familia de muchas fiestas y mucho menos de jaranas. La única celebración obli¬gada era para el “santo” de Pedro, pero de eso hace mucho tiempo. Hoy las reuniones son más bien escasas.
Como colaborador de Nicome¬des tuve ocasión de presen¬ciar situaciones dignas de mencionarse. El permitía y reclamaba una amplia colaboración, por ejemplo en ocasión de la edición del álbum con dos Lp. Cumanana: para mí no fue sólo tomar el material, texto y fotos y darles ubi¬cación y medida. Había que participar desde la concepción, de modo que pla¬neamos Cumanana desde el principio; mejor dicho, él desarrollaba el proyecto y yo de cerca sugiriendo, preguntando, no sé si aportando algo, pero a la vez me iba empapando de todos los detalles de la obra ¿Qué mejor condición para encarar la diagramación?.
Yo sabía bien cuánto había traba¬jado buscando los temas musicales, algunos del repertorio de su propia compañía, o sea con letra del propio Nicomedes y naturalmente música de Victoria. Pero en la recopilación de temas antiguos la selección había sido exhaustiva.
Una noche, en plena grabación (y las grabaciones de entonces eran agota¬doras, se grababa casi directo, con pocas bandas, a veces en jornadas lar¬guísimas) aquella noche –¿Sería de madrugada?– estábamos casi para ce¬rrar la edición y al hacer el recuento notan que... o se había grabado a tiem¬po rápido, o el espacio entre los surcos era poco, el caso es que el material se acababa y aún quedaba sitio...
Quiero poner énfasis en que lo que entonces ocurrió no fue solo un evento entre dos personas y en un momento cual¬esquiera, lo menciono en especial para aquellos compositores jóvenes que creen que basta escribir una cuarteta, ponerle percusión, unas caderas y ya se creó un nuevo ritmo...
– “¡. . . Y ahora qué pongo aquí!” –se decía Nicomedes mirando sus anota¬ciones y el espacio vacío– ¿Qué pone¬mos que sea música de calidad como la que ya hay en el disco, y así de antigua?. En eso se queda pensando y empieza a cantar:
– “La zamba se pasea... con la batea
Landó
Zamba Malató... Landó
Zamba Malató... Landó...”
Y le dice a Don Vicente –“¡Compadre (porque era su compadre), compadre Coco! ¡Búsquele usted un acompañamiento... pero lo más negro que pueda, y lo más antiguo también! Que esto es más viejo que todos nosotros juntos...”.
Nunca fue tan nece¬sario hurgar en la memoria. Quien así urgía era Nicomedes, un hombre con una gran capacidad de convocatoria... hablándole a Vicente Vásquez, depositario de una tradición familiar tremen¬da. El marco era la presión por com¬pletar la grabación. Todo el elenco estaba en expectativa. En el ambiente había como eso que llaman “el duende”. Era un momento de maravilla.
… Y don Vicente empezó un ras¬gueo que hoy a todos nos es familiar por el exceso de uso pero que esa noche tocado por primera vez sonó rarísimo... se fueron incorporando otras voces, Misia Meche como un eco a lo lejos; el cajón retumbaba, creo que era Oswaldito (Don Ojo) ¿Quién si no?
Cuando terminaron:
“¡Queda!”, dijo Nicomedes.
Y así quedó grabado en el disco Cuma¬nana, sello Philips, 1964.
En mi cuaderno para guitarra llamado “Aires Costeños” me he refe¬rido brevemente a éste momento como “un esfuerzo que entraña un carácter de restitución...” porque la impresión que me quedó fue como si al rescatar del olvido esa canción tan antigua, se le hubiera devuelto además su acompañamiento original.
Nicomedes trabajó en su propia línea pero durante un tiempo coincidió con su hermana Victoria. Lo que enton¬ces hicieron es parte de la historia del folklore nacional. En algunos aspectos de su trayectoria hay que mencionarlos juntos; al referirse a lo que ambos produjeron, es imposible mencionar a uno sin referirse a la otra y viceversa.
Desde 1958 Victoria y Nicomedes dieron nueva vida a nuestro folklore negro de la Costa, trabajaron directa¬mente con más de un centenar de personas, entre los que destacaron los miembros de la familia Vásquez. Si los Vásquez significaron aquello que se conserva, en los Santa Cruz lo más sig¬nificativo es lo revitalizador para el hecho artístico, son un aliento podero¬so, dotado de una concepción integral y de un sustento ideológico.
Victoria y Nicomedes trabajaron juntos pocos años, luego Victoria se dedicaría más de lleno a la actividad teatral, en tanto Nicomedes derivaría hacia la investigación.
Aquí es apropiado mencionar que los integrantes de los grupos for¬mados por Victoria y Nicomedes, al dispersarse dieron origen a nuevos grupos artísticos. En un principio si-guieron haciendo lo que habían apren¬dido. Pero si bien como integrantes de un cuerpo de música y baile poseían un afiatamiento a toda prueba, otros as¬pectos como la concepción, dirección e ideología les eran ajenos por completo.
Ulteriormente estos grupos de un digamos “nuevo arte negro” presiona¬dos por la demanda de un mercado exigente –toda una maquinaria de con¬sumo, espectáculos, peñas– empezaron a hacer sus propias creaciones apartán¬dose cada vez más de la línea de trabajo de los Santa Cruz. Estos grupos han cargado por completo el énfasis en lo comercial del espectáculo hasta llegar a las artificiosas presentaciones que hoy podemos ver en cualquier peña. Tal resultado difiere tanto de la propuesta original de los Santa Cruz que tenemos que convenir en que el saldo es bastante negativo.
Pero hoy a varias décadas de distancia y significativamente en el homenaje a Nicomedes yo quiero aven¬turar un punto de vista muy personal: Quisiera creer tan solo, que pese a todo, el que los negros del Perú se expresen nuevamente a través de la danza es hoy una realidad, el que una gran mayoría de negros y mestizos de negro tengan otra vez zamacuecas y landós, es una reali¬dad. Y el lado positivo de esta realidad se lo debemos a Victoria y a Nicomedes.
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Octavio Santa Cruz Urquieta.
Diseñador Gráfico.
Profesor de Diseño en la Universidad de Lima, 1992. Profesor de historia de la música y de técnica instrumental de la guitarra, en la Escuela Nacional de Folklore.
"Mi tío Nicomedes" se publicó en la revista cultural Filarmonía en mayo de 1992. Concebido también como un programa radial de 2 horas de duración para radio Solarmonía dentro de su serie Palco Real, fue leído por el autor del texto, intercalando temas musicales del conjunto Cumanana; se irradió en junio de 1992 en conmemoración al nacimiento de Nicomedes Santa Cruz y se repuso en febrero de 2002 al cumplirse 10 años de su fallecimiento.
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